Soberana Emperatriz de los Cielos y tierra, dulcísima Madre
de pecadores, Madre del Milagro, en ésta tu escogida ciudad en la cual ostentas
tu amor, mírame con semblante risueño, que, aunque pecador y desagradecido, soy
hijo tuyo, y te venero y amo como a Madre amorosa y admirable. Y creo que si en
mí empleas tus purísimos ojos, no me ha de desamparar mi Señor Jesucristo,
porque a los que Tú tienes bajo tu patrocinio, les muestra El especial amparo.
Ea, pues, Madre mía del Milagro, no desprecies mis ruegos, y si cuando como
pecador no te busqué, Tú solicitabas mi amistad porque deseabas mi salvación,
¿cómo ahora, que con tanta ansia te busco, me has de negar tu amparo, tu
patrocinio y favor? Merezca yo tu poderoso brazo, ahora que arrodillado te pido
me lleves de la mano a tu amado Hijo crucificado, para que, viendo mi dolor y
arrepentimiento de mis culpas y pecados, que deseo sea mayor que el me han
tenido los más penitentes Santos del mundo, me lleve a sí y me dé a beber de
aquella Sangre Soberana de su amoroso Costado, que es todo el precio de nuestra
redención, y viva sólo en El, huyendo del mundo y de mí mismo. AMEN.
María Santísima mujer Eucarística, la primera creyente, la gran creyente, la gran fiadora de Dios, supo interceder al pie del Sagrario “y Tu cual otra hermosa Ester puesta delante del Supremo Rey de los Cielos mudando colores pediste por la libertad de este pueblo.” Celebramos