Es el Padre junto con el Espíritu Santo los que nos revelan
a Jesús, el Mesías.
En el prologo del Evangelio de Juan, aprendemos que el verbo
se hizo carne para conducirnos a la comunión con Dios, Juan fue enviado para
preparar a la gente para recibir el verbo encarnado que se manifiesta como un
amable cordero. La Misión de todos los profetas era despertar al pueblo a la
llegada del Mesías, preparar sus corazones para recibirlo, llamarlos a ser
fieles a Dios y a las leyes de Dios, alentarlos a ser compasivos con los débiles
y pobres y prevenir que caigan en idolatría
Que hermosa humildad, que transparencia. Si todos pudiéramos ser así. No señalándonos a
nosotros mismos y a nuestro propio poder espiritual, sino señalando a Jesús. El
testigo solo puede serlo si es humilde…
“…También fue bautizado Jesús, mientras estaba orando, se
abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió como una paloma… y se oyó una voz
que decía: tu eres mi hijo muy querido en quien tengo puesto toda mi
predilección…”
Somos los hijos amados de Dios, los predilectos, si bien no
recordamos nuestro bautismo porque la mayoría era Bebe, podemos volver a
escuchar las palabras del Padre, que no dice: ¡Eres mi predilecto! ¡eres mi
hijo muy amado! La experiencia de sentirse amado es básica para una
personalidad madura, equilibrada y serena, por el contrario el no sentirse
acogido, amado y aceptado produce complejos y búsquedas de compensaciones afectivas.
Contemplamos a Jesús en las bodas de Cana. Queridos hermanos
las bodas son el signo de un Dios que busca nuestra felicidad, un Dios que se
hace fiesta, son signos de las bodas del Cordero. Todos estamos llamados a una
maravillosa y sagrada fiesta de bodas, pero para vivir esta celebración las
aguas de nuestra humanidad deben ser transformadas en el nuevo vino del divino
amor.
Las verdaderas últimas palabras de la Biblia son:
El Espíritu y la Esposa dicen ¡ven! ¡Ven Señor Jesús! ( Apoc
19, 17-20)